06 January 2007

Tragedia y Vida (ó Tragedia: Literatura y Vida)

Los temas tratados en la tragedia son amplios y variados; sin embargo, hay una característica dominante en el género, cualidad que el género hereda desde su orígen griego, en el que el Hado (Destino)[Curioso, el personaje del Hado; originalmente, se trataba en realidad de las Tres Grayas, que en Latín se llamaron Fatas; de ahí el nombre. Un malentendido, probablemente por parte de los primeros cristianos de Europa, llevó a que a ciertos personajes a los que se les atribuían poderes mágicos se les llamara fatas también; tal es el caso de Fata Morgana (Morgaine LeFay, hermana y enemiga de Arturo). A esos personajes se les llamó "fatas", de ahí "hadas"; y luego, la idea de una mujer seductora y poderosa se transforma en un pequeño ser femenino y volador, que primero sigue siendo la cruel tentación, luego se convierte en un ser misterioso que actúa por sus propios motivos, vanos pero insondables, y luego, tristemente, se degenera en la patrona de los niños que hace milagros generosos. Nótese cómo se mantiene la feminidad del ser como figura literaria desde sus orígenes y a lo largo de todos los cambios que sobreviene; a reserva de una mejor explicación, supongo que el hombre siempre ha atribuído a la mujer cualidades mágicas, esotéricas, y misteriosas.]
El Fato, pues, el más terrible y silencioso de los dioses griegos, ese que no figura en el Panteón, pero contra el que hasta los demás dioses vociferan impotentes, lo domina todo; si él ha elegido la fatalidad para los personajes, así será hasta el día que dejen de existir, y aún más allá. El sentimiento y el humor dominante en la tragedia es el de frustración, de impotencia. El escape es imposible. A cada vuelta, aparecen falsas luces que el autor con habilidad hace parecer como presión angustiosa, en vez de como esperanza relajante, sólo para que al final, los personajes se encuentren -por haberla seguido- en un predicamento peor.
En la tragedia, no hay esperanza. Haciendo gala de licencias y recuros literarios inteligentemente, un autor puede destruír lo único que dura más que el alma misma: La Esperanza. Pareciera que después que salió el rayo de la caja de Pandora, éste finalmente no pudo acabar con las tinieblas, sino que fue destruído, y la experiencia de la oscuridad, a los ojos de los hombres, fue peor aún, pues sí habían visto esa primera y última luz.
¿Es posible sentir esa tragedia en la vida? ¿Es sólo la imaginación del autor, o será que se escribe así porque es posible para el hombre experimentar ese sentimiento de total desesperanza?
No me ocuparé de la luz, a esa ya le hemos dedicado posts; hoy, observo cómo las tinieblas sofocan a la luna -ínfima, menguante, inalcanzable- y se ciernen sobre nuestras cabezas con un silencioso pero inexorable llanto: ¡Fatalidad! (Nótese de nuevo el orígen de la palabra: FATA...)
Entonces, viene el otro elemento de la tragedia: El que en los griegos es el soliloquio y el diálogo entre el protagonista y los coros: La Angustia.
Ese sentimiento devorador, ese dragón que nos ataca con sus garras, que juega con nosotros en vez de matarnos de un sólo golpe, no es, en la tragedia, la presión que determina a los personajes a elegir lo más correcto en un sentido existencialista; no nos lleva a sentirnos vivos, como dicen algunos que sí lo hace en la vida real, sino que, por el contrario, acerca a los personajes a aquello que -a lo largo de toda la obra- se presiente que ya ha sido decidido para ellos. El dragón los carga, y los devuelve a su nido de donde escaparon, para someterlos a los más penosos y estériles trabajos, y matarlos dolorosamente al final.
El llanto en la tragedia no es búsqueda de comunicatividad, ni es catársis. Cuando un personaje llora en una tragedia, llora sobre el cuerpo del ser amado, llora sobre la inexpresiva roca, o peor aún, llora junto a seres que por más que lo abracen, no lo entienden.
En efecto, la tragedia está dominada por una atmósfera de soledad absoluta: El personaje lleva una carga tal, que aún en la más grande de las orbes, o frente al mayor de los sabios, no encontrará persona alguna que lo entienda o soporte su fardo.
Si una tragedia tiene final "felíz", (pensemos en Edipo en Colonos o en Eugenie Grandet), no se trata de la realización del personaje. No se cumplen sus sueños, sino que éste aprende a conformarse. La realidad, la avasallante e inescapable realidad, deja de ser dolorosa, no porque desaparezcan o cicatricen las heridas, sino porque, en una actitud de sumisión (que en la vida real sería patética, pero que en la literatura se eleva hasta ser un sublime placer), el personaje parece aceptar su situación y conformarse.
Y es aquí donde respondemos a la pregunta nuclear de si en efecto existen o no estas tragedias en la vida:
Hemos mencionado, aunque muy someramente, la razón de ser de la inexistencia de la tragedia en la vida real.
Si la angustia existe, es para que ponderemos -no sólo desde la mente, sino desde el sentimiento- los resultados e impactos de nuestras decisiones. La razón de ser de la angustia y de la frustración es, precisamente, que hay esperanza; que a ella estamos llamados, como individuos y como género. Cuando no hay esperanza visible, cuando se cierne sobre nosotros el Oscuro Manto, es cuando la inteligencia y la voluntad, juntas, se convierten en el arma que razga el Velo, y nos permite ver la Luz. En segundo lugar, está el monotematismo de la tragedia: Una vez que hemos terminado de leerla, comprendemos que uno sólo era y debía ser el fín del personaje. La tragedia contradice una realidad que, aunque es completamente humana y cotidiana, no pierde por ello su peso: La Libertad, que en la tragedia no existe.
Frente a las circunstancias externas que parecen arremolinarse, cual súbita e inesperada tormenta, en su contra, el hombre puede luchar. O, puede voltear a su alrededor y buscar otros recursos, otros medios, otros tiempos, otros espacios, para realizar una meta que no es llamado del Destino, sino elección personalísima.
La tragedia, dominada por el sentimiento de futilidad en la lucha, de perpetua derrota, no puede ser más falsa. Como con las mujeres vanas, la belleza de la tragedia no basta para convertirla en Verdad. Al final, lo importante en la vida del hombre no es su victoria, sino su lucha: Cuando ya ganamos, corremos en busca de otra quimera.
E insisto, si permanecemos en la lucha, es porque esperamos más allá de lo esperable: Esperamos milagros, esperamos caridad, esperamos que Dios, que la gente, que el mundo, haga por nuestra situación desesperada lo debido y más. Y cuando las circunstancias "nos fallan", volteamos a buscar otra esperanza. Los tragedistas usan esto como recurso y como engaño para atrapar al lector, pero el hombre no se engaña, sino que busca.
Respecto de la luz, me atrevo a decir que, mientras estamos vivos, nos satisface más el perseguir la luz que la luz misma; y que si la encontramos en vida, morimos por mantenerla. Por eso esperamos.
Por último, el llanto en la tragedia es falso también. Cuando el hombre no encuentra entre sus medios con el arma que razgue el Velo, el hombre voltea a los demás, a los Cielos, a los suyos, o a donde sienta que le escuchan. El compartir la experiencia del dolor, además de darle a la inteligencia elementos objetivos para resolver un problema, provoca en las personas -a la larga- un sentimiento de cierta satisfacción o alivio; uno de los sentimientos más esperanzadores, precisamente, que pueden existir: "NO ESTOY SOLO." Es por eso que lloramos: porque hasta llorando, esperamos.
En síntesis, la esperanza es lo último que muere, pero en la literatura existe un género llamado "tragedia", que se vale de la convención mimética y la aniquila para producir una obra de arte, sumamente bella por el grado de sentimiento que logra a través de la sensación de angustia, fatalidad, y desesperanza dominantes. La tragedia bien lograda no parece imposible e inverosímil: Nos presenta sentimientos tales, que toma al lector desprevenido, antes de que podamos cuestionar la posibilidad de tántos siniestros portentos.
Dicho ésto, cabe destacar que existen -excepcionalmente- quienes eligen no esperar, o no esperar con inteligencia, y al hacerlo crean con sus vidas su propia tragedia. El camino de la desesperanza no conduce a la luz. Por eso -y por concordancia con mi post de año nuevo-, por eso elegimos soñar. Morfeo nos presentará esperanzas, anhelos, y luces nuevas, que usaremos para perseguir. La vida es un largo juego de atrapar luciérnagas, que se termina cuando encontramos una estrella.

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