Contaban los noruegos, que de leyendas sabían mucho, que en una ocasión, un bravo príncipe, formidable guerrero a pesar de sus pocos años, alto, guapo y fornido, de carácter tremendo y firme, se enamoró una vez de una bella princesa de un reino lejano.
Ha de saber el lector, que con todas sus cualidades, los noruegos tenían un grave defecto: Eran muy desconfiados de todo aquél que viniera de reinos lejanos, sobre todo si era de la Casa Real de los mismos, ya que su cercanía al trono lo hacía enemigo de todos los noruegos.
Comprende entonces el lector que la madre de aquel príncipe estaba preocupadísima por su hijo, y después de varias discusiones, el Rey, enérgico padre noruego, prohibió a su hijo que siguiera frecuentando a la princesa.
Pero, como sabemos todos los que hemos sido jóvenes, estas prohibiciones son de poco valor para quien tiene un poco de iniciativa, suerte, y una ventana abierta.
Así que el príncipe siguió frecuentando a la princesa, esta vez, en secreto.
Tal fue la furia de la princesa, que exigió al príncipe que le trajera la cabeza de su madre como prueba de su amor.
Dicen los noruegos que fue entonces el príncipe a su casa, esperó a que sus padres durmieran, y con todo el dolor de su alma, cortó de un hachazo la cabeza de su madre.
Salió huyendo, pero alcanzó a tomar de las bodegas del castillo una pequeña caja de madera, sin tapa, donde pudo esconder la cabeza.
Sabiendo que en ninguno de los feudos vecinos le darían tregua al magnicida, decidió huír al reino de su prometida.
Corría por la enorme y ancha escalera del castillo, subiendo por los peldaños a velocidad vertiginosa, cuando una piedra fortuita detuvo en seco su marcha, y lo mandó a rodar por los suelos.
Cuentan los noruegos que, al suceder esto, salió volando la cabeza de la caja, y entonces, sucedió lo imposible: La cabeza cercenada abrió los purpúreos labios exángües, y dijo a su hijo: -¿Te has hecho daño? ¿Estás bien?-
- Contada al autor por F. V. Groenevald.
¡Ay! Dichoso aquél que al poner sus ojos sobre el amor de su vida, elige aquel que perseverará hasta que duela, y que vencerá hasta a la muerte misma! Escaso es éste amor, sea de madre o de mujer, pero vale más que todos los reinos de Noruega y del Orbe. ¡Quiera mi Dios que yo, y todos los lectores, amemos así y seamos amados así!
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