Hoy quiero poder no decir nada.
Quiero callarme cuando me veo al espejo.
Quiero que cesen los murmullos: ¡Gordo, borracho, y pendejo!
Quiero llenar con silencio esas dos notas que han hecho eco a lo largo de mi vida: so-lo.
Quiero también que cese la risa, que se callen los exabruptos, que terminen los discursos; que cese la presunción, para dar lugar no a la humildad ni a la contemplación, sino al silencio...
Que se alejen los fantasmas chocarreros para que pueda dormir; que se aleje el sueño, para que mis ronquidos no me despierten.
Quiero acallar también el sonido de las bestias, que aguardan en la oscuridad del camino para devorar al incauto.
Y quiero que calle el silencio, porque su ruido es el más molesto de todos.
Hoy quiero que callar baste.
Porque en la más tediosa y bachicha de las calmas, es donde la mente se sumerge en el ruidoso torbellino del caos, y cuanto más callada está la casa, más se sacude mi alma.
Porque no hay palabras que contengan la alegría de una sonrisa, ni la tristeza de un suspiro.
Porque la euforia es ruido y el llanto es tormenta.
Porque ante la sed de nada, ni la nada nos satisface.
Porque el sonido de la batalla es ensordecedor.
Porque prefiero que me arranquen las orejas a escuchar un solo golpe más, una sola lágrima, un solo estribillo fanático.
Porque la poesía ya no deleita mi alma y la echa al vuelo, sino que la inquieta primero y le corta las alas.
Porque cuando el ser no es, la rima no rima y la luz lo turba.
Hoy quiero que callar baste.
Si te miro a los ojos, ya no quiero ver mi reflejo.
¡Ya me cansé de sus miradas hambrientas, que no se cansan de capturarme con su perpetuo escrutinio!
Me siguen porque les hablo, me acosan con sus preguntas... ¿qué no entienden que quiero estar solo? y cuando lo estoy... los extraño.
¡Si me quieres, tómame para tí de una maldita vez! ¡Anda, destrózame, desnúdame, y ríe! ¡Denígrame y muéstrate cual eres, pero ya no juegues más!
Así, que cuando mire sus ojos, quiero verlos a ustedes.
Y quiero que mirarlos baste.
Hoy quiero que callar baste.
Porque, ¿para qué hablar si junto caminan con audífonos? ¿Si prefieren el sonido del metro, del auto, del perro, del agua, de la nada?
Porque hoy no puedo escribir de nada -ni de la nada misma-; porque soy nada, porque me dirijo a la nada, y porque terminaré, inevitablemente, brutalmente, poderosamente, convertido en nada y nada más. Porque cada espacio dice más que todas mis letras. Porque más allá del silencio están mi fuerza y mi debilidad.
Hoy, quiero que callar baste.
De una vez y para siempre.
Y quiero mirarte a los ojos, mi vida,
Y que baste, que baste, que baste...
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