"¡Luchad hasta la última gota de sangre y la última gota de petróleo!
¡Luchad hasta el último latido del corazón y el último golpe del motor!
La muerte de un caballero, y un brindis por sus camaradas - amigos o enemigos."
-Manfred Freiherr von Richtoffen, el 'Barón Rojo'.
Dicen que el cambio es la única constante en la vida del hombre. Yo no lo creo así. Para mí, lo único que se hace hasta el día en que le regrese la unidá al Patrón que me puso aquí, es la lucha.
Los animales y plantas crecen, mutan, y se fortalecen, alcanzando el máximo potencial que les permiten sus genes para sobrevivir; si ellos se mantienen, garantizan la transmisión de genes fuertes a la siguiente generación.
El hombre es más parecido de lo que quisiéramos creer, y no porque estemos constantemente en peligro de muerte (que de hecho lo estamos, pero es poquísimo lo que podemos hacer por evitarlo).
No, el hombre debe luchar porque no le basta con estar y mantenerse para alcanzar todo su potencial. En el mundo de la adaptación, la permanencia inmutada es sinónimo de estancamiento, retroceso, muerte, y lo que para el hombre es peor, intrascendencia.
Igual que existe en las almas colectivas de cada una de las especies de seres vivos un grito que exclama: ¡Nunca permanecer iguales! Cambiar, cambiar y crecer, para no morir!, así también el alma, ya no de la especie humana sino de cada hombre, se levanta y exige mejoría, revelándose contra la permanencia en un mismo estado.
Realizar todas nuestras potencias, decía Aristóteles; conocerse a sí mismo, decía Sócrates; vivir las Virtudes del mundo de las Ideas, decía Platón; amar y hacer lo que quieran, decía Jesús de Nazaret. Pero una sola constante veo en todas: LUCHAR.
Luchar contra la inactividad y la pereza para ser, mediante mis actos, todo lo que pueda ser; luchar contra mi deseo de evasión y fuga para saber de qué pié cojeo y cuál es mi fuerza; luchar contra las imperfecciones de un mundo que muchas veces nos contempla con frialdad y sin respeto; luchar contra mi propio egoísmo, que no me deja obrar por el otro...
Pero siempre luchar. ¡Luchar! Y si te falta un motivo de lucha, si no hay lid que te apasione, la lucha empieza por vencer la apatía.
Luego sigue conocerse, luego aceptarse, luego dominarse, y luego luchar contra todo lo que se oponga a la buena acción.
La lucha no consiste en el aplastamiento del otro; de hecho, el reconocimiento de la dignidad del otro, en algunas (raras) ocasiones implica lucha contra la soberbia y el deseo de afirmar el "yo" por encima del prójimo.
La lucha, más bien, es contra todo lo (OJO: Usé artículo neutro; me refiero a cosas, no a personas. A las personas se les convence o se les hace a un lado de manera tan amable como ellas mismas lo permitan) que se nos oponga para hacer lo que nos signifique un crecimiento, incluídas aquellas conductas reiteradas -vicios-, emociones, y actitudes que detengan nuestra capacidad de hacer el bien.
Se reconoce al luchador por tres cualidades:
-No teme caer, lastimarse, o ser golpeado. El luchador sabe que hay que perder algunos asaltos para poder conquistar las victorias importantes.
-Ha sentido, y no teme, a la derrota. El luchador sabe lo que es perder. Es posible que haya sido una espectacular derrota (paraplejia, "tocar fondo", depresión) la que lo haya catapultado al camino de la lucha.
-Persevera. Sabe que la lucha vale la pena por sí misma; que el crecimiento no está en la embriagante victoria, sino en el edificante acto de enfrentarse a lo que teme, odia, o a veces, quiere por encima de algo mejor a la larga.
-Es inteligente y conoce sus fuerzas. El luchador no tiene más armas que las que ya trae o ha conseguido, ni más apoyo que su corner en el banquillo, pero sabe que cuenta con eso, y rápidamente aprende a explotarlo para su beneficio. Sabe pedir ayuda a quienes se la pueden dar, y buscar apoyo cuando no tiene a nadie.
-Sabe que nadie puede ganar por él. Los apoyos son necesarios, pero son sólo eso.
Invito a todo el que quiera a ser luchador. Existen tres grandes formas de lucha, que no se contraponen, y que quiero proponer para que si no están en alguna de las tres, se integren:
Pasión.- Son el motor de los seres humanos; las cosas buenas que nos agradan, y a las que nos podemos aferrar en los momentos más difíciles; por eso vale la pena luchar por ellas. Las relaciones interpersonales, sobre todo las amorosas, constituyen pasiones impresionantes. A veces, las pasiones parecen trivialidades (un cielo azul, gorjeo de pájaros) hasta que se ponen en un cierto contexto. (prisión, cielo contaminado, ciudad ruidosa.) Son las "cosas que te iluminan la cara." El punto flaco del apasionado (del que debe luchar contra sí mismo para cuidarse), es el actuar desmedido; se debe elegir con cuidado la pasión (y los medios para conseguirla) de modo que no impliquen un mal peor.
Causa.- Difieren de la pasión por su carácter impersonal; no son algo que beneficie a una persona o grupo en particular, sino buenos ideales universales de cualquier naturaleza que se desea hacer extensivos a todo el mundo. No tienen la misma intensidad emocional que las pasiones; más bien, el encausado las percibe intelectualmente como un vehículo universalmente válido de perfeccionamiento. Pueden ir desde un conjunto de valores abstractos hasta una ideologia política concreta, o ser incluso un estilo de vida. De hecho, algunas causas se personifican en forma de instituciones. (ej. religiones.) El punto flaco del encausado es que ninguna causa vale tánto como para dañar o hacerle un mal al otro, y la captación del otro a la causa no puede ser excusa ni para el más mínimo de los males, porque aunque la causa sea buena en sí misma, una captación en la que hubo daños o insultos no lo es.
Perfeccionamiento.- Es la más personal de las luchas; la única que es contínua hasta la muerte. Consiste en la desaparición de los defectos, la obtención de cualidades, y la realización de estas últimas en actos buenos. Todos tendemos a ser luchadores, pues todos, lo sepamos o no, estamos en esta lucha. De lo que debe cuidarse el perfeccionista:
-La sobreexigencia alienante.- La lucha de perfeccionamiento debe empezar por la aceptación de los defectos conocidos y reconocidos; si nos exigimos demás, nos deprimimos y no avanzamos. Vale más un logro realista que mil metas imposibles.
-La sobreexigencia al otro.- Nunca se debe perder de vista el carácter personal de esta lucha. Cuando yo empiezo a exigir al otro cualquier cosa que no sea el respeto de los límites establecidos en la relación, empiezo a caer en la sobreexigencia, que es un síntoma de soberbia. La soberbia evita el reconocimiento de los defectos, y es la enemiga número uno del perfeccionista.
-La sobrevaloración de parte de nuestra naturaleza.- El ser humano es un todo, que debe cultivarse, dentro de sus posibilidades reales, en todos los campos. Un perfeccionista auténtico no puede no comer con un mínimo de control sobre lo que come, ni descuidar su apariencia o vestido, ni dejar de llevarse con los demás, ni suponer que ya sabe lo suficiente, ni dejar de darse tiempo para dedicar a su espíritu o creencias, ni dejar de tratar de hacer el bien.
No comments:
Post a Comment